Un día, como tantos otros, mi hermano echó sobre la mesa una de sus, según él, "preguntas filosóficas". Nos dió varias opciones de superpoderes y teníamos que elegir uno para nuestra vida. Super fuerza, inmortalidad, invisibilidad, leer mentes, etc. Elegí el poder de teletransportarme a cualquier lugar en el momento que quisiera. A un atardecer en París, una noche en Ámsterdam o una mañana en el Sur Argentino.
Esa misma noche, me vi imposibilitada de dormir plácidamente gracias a mi ruidosa vecina, quien osaba hacer un karaoke de Arjona un domingo por la madrugada. Inmediatamente me puse los auriculares y escuché música clásica para calmar la indignación.
Y en ese momento me dí cuenta, que aquel superpoder que había elegido hacía solo unas horas, ya lo tenía... era la música.
La música y la imaginación que nos transportan a donde uno quiera y a lo que uno quiera sentir.
Una vez sumida en mis pensamientos, me pregunté si quizás todo esto fuese la realidad.
