Cada encuentro con él, cada momento, así dure unas horas o un mes, se siente como un sueño, como si nos hubiéramos suspendido en el tiempo. Y cuando caigo de golpe en la realidad, en la rutina, todo lo que viví con él se eleva como en una nube de perfección, se desdibuja y vuelve a dibujar.
La distancia no es en kilómetros sobre tierra, sino que es temporal o dimensional o ambas. Mis horas junto a él transcurren en otra dimensión, en un tiempo que no sucede.
Al poder tocarlo, acariciarlo en cuerpo y no sólo en alma, me hace sentir viva. Ese instante es mi vida, mi todo, su piel me completa, ese roce es el cable a tierra... o al cielo.
Y ahora todo es difuso, una vez que vuelvo a mis estructurados horarios y tareas, es como si de repente abriera los ojos y recordara en una milésima de segundo aquel sueño, el sueño más hermoso de todos. No sé si él existe o si es un deseo de mi mente. Si cada recuerdo será quizás algún destello de una construcción de mi inconsciente.
Mi vida sigue avanzando, mis proyectos se cumplen y surgen otros nuevos, los hechos ocurren unos tras otros casi sin que uno los pueda controlar. Pero lo único que yo quisiera ahora mismo es frenar el tiempo y suspenderme con él. Hacer una pausa que dure lo más que se pueda, compartirla con él infinitamente. Sin que nada ocurra, solo presencia y sentimiento. Y no volver.

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